Este fue el proyecto de fin de carrera en la USFQ. El programa elegido fue el de un cementerio, decisión que estuvo muy relacionada a la de trabajar estando consciente de las emociones de los usuarios, y de la importancia que tiene cada decisión arquitectónica en ellos y ellas en términos sensoriales.
El terreno tiene una pendiente moderada y está cubierto por un bosque de eucalipto; y además cuenta con dos quebradas que lo dividen en tres. Como en todos los proyectos, había el interés de crear un diálogo entre el espacio natural y el espacio construido; sin embargo, en este caso el vínculo que se propone es más abstracto.
La geometría no modifica su forma para abrirse al paisaje, sino que las características del exterior se transfieren al interior del edificio como “atmósferas”. Por ejemplo: las ventanas de las edificaciones, como las ventanas de la iglesia, no enmarcan vistas, ni son aperturas en las paredes, sino que están diseñadas para proyectar la luz del exterior en el interior del espacio. La luz proyectada en el espacio no sugiere una conexión con el paisaje como imagen, sino la luz como atmósfera y generadora de un ambiente en el espacio.
De manera similar, se trabaja con todos los sentidos: el olfato, el oído y el tacto, estimulandolos, no de una manera obvia o literal, sino a través de la creación de atmósferas, o ambientes sensoriales en el espacio. Durante el desarrollo de este proyecto surgió el interés por el rol de los sentidos en la arquitectura y en la experiencia del espacio, el cual fue evolucionando en los proyectos posteriores, y como tema para la maestría.